La jornada laboral sería de 16 horas semanales. No todo el mundo tendría que trabajar pero, aquellos que lo hicieran, empezarían a los 25 años y se jubilarían a los 45. El resto tampoco debía preocuparse. Todas sus necesidades, ya fuera sanitarias, de formación, vivienda o alimentación, estarían cubiertas. El dinero, de todas formas, no existiría. Habría sido reemplazado por un sistema de certificados energéticos. Las cosas costarían de acuerdo con la energía utilizada para producirlas. A cambio, la democracia como sistema político en el que los ciudadanos eligen a sus representantes, tendría que desaparecer. No habría políticos ni empresarios: todas las decisiones serían tomadas por ingenieros y científicos.
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