RECOMIENDO LEER ESTA NOTA. Se cuenta que un criador de caballos compró un ejemplar de raza, pero el animal al poco tiempo se enfermó. Consultaron a un prestigioso veterinario, quien les informó: “Su caballo está con un virus, señor. Debe tomar este medicamento por tres días seguidos. Si no mejora al cabo de tres jornadas, no tendremos más remedio que sacrificarlo porque puede generar complicaciones en el resto de los animales”. Aun costado del establo, un cerdo escuchaba esa dramática conversación. Al siguiente día le dieron el medicamento al caballo y se fueron. El cerdo se le acercó y le dijo: “Fuerza, amigo caballo; levántate de ahí, si no vas a ser sacrificado”. Al segundo día, el caballo seguía sin levantarse. Le dieron nuevamente el medicamento y se fueron. El cerdo se acercó y le dijo: “¡Vamos mi gran amigo! Levántate, si no lo haces, vas a morir… vamos, yo te ayudo”.
Al tercer día, no había caso: el caballo seguía en el piso. Le dieron el medicamento y el veterinario dijo: “Mañana vamos a tener que sacrificarlo porque puede contagiarle el virus a los demás caballos”.
Cuando se fueron, el cerdo se acercó y le dijo: “Vamos amigo, es ahora o nunca”. ¡Ánimo... fuerza... Yo te ayudo... vamos... un, dos, tres... despacio... ya casi está... eso... eso... ahora corre despacio... más rápido... corre, sí, corre… Lo estás haciendo….venciste, campeón…”.
En eso, llega el dueño del caballo junto a su hijo y al veterinario, y ve al caballo corriendo y dice: “Es un milagro de la medicina ¡el caballo se ha curado! Tenemos que celebrar esto, inviten a todos mis amigos, vamos a matar al cerdo para festejar”. |