Cielo, de 14 años, había entrado en grupos de WhatsApp donde se daban tips de cómo dejar de comer. Además, el contenido de redes que se quedaba consumiendo hasta cualquier hora la estimulaban a hacer dietas extremas, a ejercitarse, a hacer rituales de belleza. ¿La recomendación? Restringir el uso del celular y de las redes a una hora diaria, en un entorno abierto, como el living de su casa, pero sin necesidad de que los padres estuvieran encima de ella, espiando detrás de la pantalla. Todo eso significó dos semanas de mucho enojo, hasta que por fin empezó a conectar con otras cosas: conversar con su hermana, de 21 años, mirar películas con la mamá, jugar a las cartas con sus primas, salir al jardín a tomar sol. En una segunda etapa, la indicación fue habilitarle el teléfono, pero consensuar con ella qué aplicaciones le hacían mal, le generaban ansiedad y proponerle que voluntariamente las desinstale. Esto, junto a otra batería de acciones que implicaron que la familia se involucrara en el détox digital y en nuevas pautas de vincularse entre ellos y con la comida. Entre otras cosas, todos debían dejar de lado a partir de las 21 su teléfono, para reforzar el mensaje.
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